¿Qué se considera como una pérdida?
En el diccionario etimológico pérdida viene de la unión del prefijo per- que significa “al extremo, superlativamente, por completo” y de -der que es un antecesor de nuestro verbo dar.
“La palabra pérdida nos habla de la imposición que la vida me hace obligándome a conceder mucho más de lo que estaría dispuesto a dar” Jorge Bucay.
También en la definición de pérdida, vemos que esta palabra se vincula con carencia o privación de algo; de hecho, en el diccionario se define como “la falta o ausencia de algo que se tenía”.
Podríamos hablar de los siguientes tipos de pérdidas:
La muerte de un ser querido.
El suicidio de un ser querido
Duelo anticipado
Duelo por viudez
Divorcio
La pérdida de un hijo
La pérdida de un embarazo.
Vejez
La pérdida de la salud.
Cada pérdida, por pequeña que sea, implica la necesidad de hacer una elaboración del duelo.
¿Qué es un proceso de duelo?
“El duelo es la forma que tenemos los seres humanos de llegar a un acuerdo con una pérdida irrevocable”. Alin LaPierre y Laurence Heller
Etimológicamente, el término duelo viene del latín –dolus–, dolor.
Según Robert Neimeyer el duelo es sobre todo un proceso dinámico de reconstrucción, reorganización y transformación que pone en marcha una cosmovisión personal; la construcción de los significados se organiza alrededor de un conjunto de creencias que determinan la percepción que tenemos de los acontecimientos vitales y orientan nuestra conducta. Se entiende el duelo como un proceso personal caracterizado por la propia historia y ligada al vínculo de intimidad con la persona que ha muerto. Este nuevo abordaje no hace hincapié en la ruptura, sino que propone aprender a vincularse de otro modo, ya que nadie está preparado para cortar los lazos de amor con alguien muy querido (Neimeyer, 1996)
La pérdida y el consiguiente duelo nos transforman y marcan el inicio de algo nuevo, en el sentido de que el devenir no podrá ser como antes.
Elaborar el duelo supondría ponerse en contacto con el vacío que ha dejado la pérdida de lo que no está, valorar su importancia y traspasar el dolor y la frustración que comporta su ausencia.
Caminar el dolor es el tránsito del desgarro por la ausencia física al recuerdo agradecido y al reconocimiento de aquello que permanece en nuestro corazón; es también un camino por el que pasamos del dolor agudo y del sentimiento de desconexión de la vida a un nuevo, más amplio y profundo sentido de la existencia.
La confianza es primordial en el duelo, como también lo es el saber que cada paso es el camino, y que no hay error en ninguno de ellos. Aunque nos parezca que volvemos a pasar por el mismo lugar una vez y otra, convendrá recordar que justo lo que ahora emerge es lo que toca vivir y aceptar las veces que sea necesario, precisamente porque vuelve a emerger.
La naturaleza es sabia, la sabiduría profunda que habita en cada uno de nosotros actúa a nuestro favor.
¿Cómo se enfoca el duelo desde la visión transpersonal?
Desde el marco transpersonal el foco se pone en transitar el mencionado proceso con conciencia: llorar lo necesario, descubrir los recovecos que crea mil y una creencias, darse cuenta de las heridas antiguas y duelos que se reactivan…para poco a poco, ir haciendo más espacio a la presencia y a la silenciación interna.
La vía transpersonal consiste en ir ensanchando las fronteras de la propia identidad a lo esencial, al tiempo que profundizamos en la naturaleza de la mente pensante y su constructo del yo.
El nivel de dolor que vivimos con cada pérdida está en relación directa con nuestro nivel de aceptación, es decir, con el saber soltar y dejar ir “aquello que la vida nos quita”, parafraseando a San Agustín.
La pérdida de prestigio, la pérdida económica, la vejez, las separaciones, la muerte de un ser querido, las pérdidas de salud, etc. Cada una de estas pérdidas conlleva un duelo con su correspondiente “cuota de dolor”. Y sucede que a menudo no sabemos cómo gestionar el dolor de tales pérdidas, no quedándonos otro remedio que “taparlo” y “acumular duelos”. Con cada nueva pérdida, se reactiva el dolor antiguo acumulándose al actual, un hecho que incrementa nuestro miedo a futuras pérdidas
Desde esta perspectiva, el dolor que vivimos con cada pérdida se comprende como necesario, pues gracias a éste miramos adentro, comenzamos a comprender nuestras identificaciones y nos buscamos más allá de estas.
Las tradiciones de sabiduría milenaria han denominado este camino como desapego, que consiste en soltar la identificación con nuestro ego y, por tanto, con los objetos y personas con las que se está a su vez identificado.
A medida que nos desidentificamos del ego o identidad superficial, el núcleo esencial va aflorando, es decir, esa identidad que en realidad integra y trasciende al yo persona que consta en nuestro carné de identidad. Las pérdidas que afrontamos desde la presencia consciente son vividas desde una mayor ecuanimidad, así como con la confianza transracional que se desprende de una visión expandida de la existencia.
La impermanencia es la ley que opera en todos los ámbitos de la vida, y luchar contra esta “ley de vida” nos conduce al aferramiento y, consecuentemente, al sufrimiento.
Resistirnos al dolor natural, genera sufrimiento. El sufrimiento, por su parte, nos lleva al estancamiento, en un bucle sin salida. Pero cuando podemos encarar y aceptar el dolor, paradójicamente éste nos abre las puertas al Amor… A ese amor que no mengua con el tiempo y que habita en las capas profundas de nuestra consciencia. Se trata del amor como estado de consciencia.
No somos inmunes al dolor, pero sí podemos aprender a gestionarlo. Podemos también aprender e integrar herramientas de vida por las que disminuir el sufrimiento. ¿Cómo?:
Dejando ir
Dejar ir es aflojar el esfuerzo continuado y agotador de la presión interna por el empeño en sujetar. Tras soltar un “peso pesado”, sentimos alivio, así como una sensación de ligereza y descanso.
A través de las pérdidas, la vida nos impulsa a soltar lo viejo para abrirnos a lo nuevo.
El dejar ir es importante ponerlo en práctica también con aquellas personas que se están despidiendo de la vida. No hay mayor acto de amor que SOLTAR a los que amamos cuando la muerte nos indica que los caminos se bifurcan, señalándonos que es hora de dejar marchar. Aceptar que el tiempo de la persona moribunda expira puede convertir la despedida en un momento de profunda autenticidad y encuentro.
Cada pérdida ensancha un poco más nuestro corazón y, con él, nuestra capacidad de amar. Nos queda cultivar el estado de confianza y transmitir a otros esta misma confianza como el gran antídoto al miedo.
La confianza y la gratitud son manifestaciones de la consciencia transpersonal que tienen su raíz en la sabiduría del corazón. La consciencia mayor que mueve los hilos de todas las formas de vida abraza con compasión al pequeño ego atribulado por sus miedos. Es entonces cuando somos visitados por esa brisa cálida que disuelve nuestros temores y alivia la inquietud. Sentimos, entonces, que todo es posible, porque escuchamos el «susurro del misterio».
Grupo de acompañamiento al duelo
Elena García Poveda facilitará un Grupo de acompañamiento al duelo y la muerte.

ELENA GARCÍA POVEDA
Terapeuta y Formadora
Licenciada en psicopedagogía por la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación, curso universitario de especialización en acompañamiento en procesos de duelo y muerte por la Universidad Europea Miguel de Cervantes, master en coaching diplomado con PNL avalado por la asociación española de programación neurolingüística (AEPNL), maestría en Reiki, terapeuta floral en flores de Bach, Naturópata.
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