El niño interior es el conjunto de todas nuestras potencialidades y virtudes, toda nuestra inocencia, nuestra confianza y naturalidad. También es el miedo sufrido cuando nuestro padre nos gritó, la ausencia de afecto de nuestra madre, el dolor sordo y frío en la habitación, el llanto reprimido por la rabia y la vergüenza de no ser adecuados. Ese es el niño o niña que vive en nosotros.

Este niño es un gran aliado cuando es atendido, incluido y amado incondicionalmente. En cambio, si está herido y es continuamente ignorado y excluido puede contaminar nuestra experiencia de vida. Así, si nuestro niño fue herido en su infancia y no fue atendido entonces, ni lo es ahora, puede generar en nuestro yo adulto comportamientos neuróticos como obsesiones, adicciones, fobias, ansiedad, miedos...

Encontrar y sanar las heridas de nuestro niño interior es el requisito básico para encontrarnos con quien realmente somos y poder así coger las riendas de nuestra vida de adultos y hacer que ésta sea más plena, más divertida y más feliz.