Vivir en presencia es vivir en íntimo contacto con uno mismo, sin la necesidad de reaccionar con tensión ante el mundo, siendo transparente y dejándose atravesar por la vida, con todo lo que esta trae consigo.

Vivir en presencia es vivir en la consciencia de los mundos internos y del instante presente, sin la necesidad de cambiar nada. Vivir en presencia es vivir sin defensa.

Este es el camino del guerrero y de la guerrera, un camino transformador en el que se está dispuesto a morir en vida un millón de veces sólo para renacer de nuevo, manifestando con cada nueva forma un aspecto distinto y más consciente del Ser que somos.

El mundo nos enseña a reaccionar, es decir, a ocupar nuestra mente con cualquier cosa que la aparte del instante presente y la consciencia del Ser. Así, ante cualquier situación que nos resulta incómoda, como una discusión, la muerte de un ser querido o una ruptura amorosa, el mundo nos dice que debemos distraernos para no mirar allí donde nos asegura que sufriremos y que, muy por el contrario, es donde radica nuestra libertad. Frente a este tipo de situaciones el guerrero es impasible, eligiendo constantemente la presencia como arma capaz de rasgar el velo gris de nuestra distorsionada percepción.

Conocemos y elegimos diariamente multitud de formas para no estar en presencia, algunas muy evidentes como tomar drogas, fumar o emborracharnos, y otras menos evidentes, como exponernos constantemente a estímulos externos como la televisión, las redes sociales o la música. Nos distraemos con la ansiedad por comer, la adicción al trabajo, el apego desmesurado hacía parejas e hijos, pensamientos compulsivos, espacios llenos de ruido y muchas otras cosas.

Todas ellas las elegimos con mayor o menor consciencia para mitigar, de algún modo, a esa bestia insaciable que creemos vive en nuestro interior, y que cada día que pasa demanda más y más energía, como un cuco en nido ajeno.

Para recuperar nuestro poder personal y devolver el trono a su legítimo dueño es necesaria la presencia. Entonces, ¿cómo se cultiva, practica y entrena la presencia? Esta pregunta nos la respondieron, por suerte, hace milenios, y han sido numerosas las corrientes espirituales y los hombres y mujeres que, desde las cuatro esquinas del mundo y desde las épocas más remotas hasta la actualidad, nos han enseñado cómo hacerlo. Asimismo, nuestro maestro interno nos insta cada día a practicarla, siendo él nuestro guía más fiable.

Así pues, la respiración consciente, generar espacios de silencio, meditar, agradecer todo aquello presente en nuestra vida, fundirse en la contemplación de la naturaleza, ejercicio físico consciente, la práctica de un arte marcial o las asanas de yoga, honrar al cuerpo alimentándolo con amor, practicar el perdón hacía uno mismo y hacía los demás y estar al servicio de la vida ofreciendo con amor los dones y talentos de cada cual son, entre muchas otras, algunas formas de entrenar la presencia.

No obstante, sentarse en silencio y respirar de forma consciente es más que suficiente para lograr un estado profundo de presencia, percibiendo nuestro movimiento energético-emocional interno sin intentar cambiarlo, manteniéndonos expectantes a aquello que se desarrolla, lo cual no se demorará en darnos el secreto que guarda y en manifestar su origen.

Cuando adquirimos como hábito vivir en presencia entendemos de corazón aquella respuesta que dio Buda cuando se le preguntó qué había ganado con la meditación: “Nada. Sin embargo te digo que he perdido la ira, la ansiedad, la depresión, la inseguridad y el miedo a la vejez y a la muerte”.